En abril de este año unos niños, incluyendo dos hijos de nuestro amigo, el pastor Manuel Bonilla, esperaban afuera del templo al final del culto del domingo en la noche, mientras el pastor cerraba las aulas y oficinas. De repente, una mara (pandilla) de unos 15 jóvenes abrieron fuego contra nuestros chicos desde la esquina, vaciando por completo sus armas automáticas AK-47 y M16. Al escuchar las balas rebotando de los columpios de metal, los chicos se lanzaron al suelo para protegerse, donde la lluvia de proyectiles ahora impactaban sobre la calle de tierra, rociándoles sus caras de tierra. Los mareros pensaron que los habían matado a todos y se fueron. ¡Pero el ejército angelical ya había sido desplegado a velocidad de rayo para escudar a estos niños! Para la gloria y alabanza de nuestro Amante y Todopoderoso Padre Celestial, ¡ni uno solo de los chicos sufrió siquiera un rasguño por las balas! Luego supimos que la mara andaba tras cierto sujeto para matarlo. Al ver a los niños al frente de la iglesia, decidieron exterminarlos a todos por si acaso su presa pudiera estar entre ellos, sin darse cuenta del grave error que cometían. Cientos de casquillos de balas de diversos calibres alfombraban la polvorienta calle, cuales poderosos testigos mudos del manto de protección provisto en aquel día por las huestes celestiales de nuestro Señor. ¡Que el milagro ocurrido esa noche sea un heraldo a toda la comunidad del majestuoso y omnipotente Dios a quien servimos! Por favor continúen orando por protección divina, para todos los que semanalmente se congregan y para quienes laboramos en la iglesia de la enorme y violenta comunidad de Rivera Hernández.
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